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Hubo un tiempo donde hablar de pantallas más grandes era considerado una soberana estupidez. Los informes reflejaban que no, que pasar de las 3,5 pulgadas sería un problema a largo plazo. Y nos reímos de aquel mastodonte que portaba Gordon Gekko en ‘Wall Street’.

Eso fue antes de detectar que el consumo de noticias y entretenimiento general se había disparado hasta un 240%, en apenas un año, y que los principales productores del planeta daban por seguro un crecimiento de una pulgada. En ese mismo año. Una tendencia «irreversible». Hasta llegar al punto donde nos preguntamos: ¿preferimos teléfonos aún más grandes a costa de usar las dos manos?

Voces como Alan Hedge, de la Universidad de Cornell, pronto alertaron de la peligrosidad de usar pantallas tan incómodas. Pero el uso siguió creciendo. A toda velocidad y doblando el ritmo de los smartphones con escalas inferiores a las 3,5 pulgadas —hasta, según los últimos pronósticos de la la IDC (International Data Corporation), mantener una tasa interanual del 3,3%—. Expertos en diseño industrial como Philippe Starck asumieron la única solución: pantallas sin bisel.

Eso que usted llama compactación

Hay argumentos para odiar las pantallas pequeñas: un 57,2% de los usuarios toca por accidente los iconos que no corresponden cuando están viendo vídeos o jugando a juegos. Un 40,3% pincha sobre anuncios que, en realidad, está intentando evitar. Otro 35,4% odia no poder ver las imágenes a tamaño completo y un 31,3% tiene problemillas editando fotos y vídeos sobre displays pequeños. De hecho, parte del contenido queda escondido “tras” la pantalla.

Y, entre tanto porcentaje, un 57,1% de los usuarios de estos terminales quieren un teléfono con pantalla de mayores dimensiones a la que tiene actualmente. Pero ojo, sin trucos de magia, ese mismo teléfono ha de caber en una mano: un 63,7% de los usuarios así lo demanda. La solución pasa por transformar el diseño: robarle espacio a los marcos, a esos biseles que enclaustran la pantalla.

Un 57,1% de los usuarios quiere un teléfono con mayor pantalla, pero sin mayor tamaño de teléfono.

Un cambio que hemos vivido durante los últimos dos años: la relación media entre cuerpo-pantalla ha crecido del 68 al 78%, logrando una sensación de 6 pulgadas donde sólo había 5,5. No se trata de engañar al ojo. Sí, logramos un efecto óptico de mayor amplitud al perfilar los biseles laterales, pero la meta es aumentar esa “zona de acción” sin acabar llevando a rastras un panel como la TV del salón.

A esto llamamos compactación: aprovechar todo el cuerpo frontal para meter más píxeles, más información, más contenidoEl LG G6, por ejemplo, cambia del ratio tradicional 16:9 y lo estira hasta 18:9, dando cabida a 2880×1440 píxeles donde, por formato, sólo cabrían 2560x1440p. Algunos fabricantes incluso quieren darle la vuelta a la pantalla, literalmente.

La muerte del bisel

En términos de productividad, los biseles en cualquier forma de pantalla son un punto negro, una zona muerta. Piensa en esos sistemas multimonitor donde los profesionales del gaming echan la tarde: a menos marco, más pantalla. No hay más matemáticas.

Otra razón que ocasionalmente ignoramos deviene por la Realidad Virtual y Aumentada. El espacio de visibilización necesario para cubrir nuestros ojos exige un teléfono más “estirado”, ya que imita el visor de las gafas. Hasta hace poco el campo de visión o FOV se eludía acercando el teléfono. Teléfonos como el popular Q6 o el reciente V30 están marcando una clara tendencia para mejorar la inmersión, calidad visual y rendimiento espacial.

Eliminar el bisel aumenta la productividad gracias a poder ver más información en el mismo espacio

Eliminar el bisel aumenta la productividad: en un 39,5% gracias a poder estirar el multitasking —varias ventanas simultáneas—. O en un 60,7%, por ver más información en el mismo espacio, de un simple vistazo.

Se sospecha, de hecho, que leer sobre una superficie sin marcos laterales reduce el estrés ocular. Nuestra visión asume que la pantalla es realmente más grande de lo que en realidad es, lo que redunda en un mayor efecto de inmersión en videojuegos o cualquier objeto visual —series, pelis, programas de Youtube—. En ese empujar límites, un teléfono sin biseles resulta distinto, más apetecible que lo que siempre hemos usado. La diversidad es otra forma en sí misma de atraer de nuevo el interés del usuario.

Más pulgadas para tener más control

Pero sin perder el norte. «Más densidad de píxeles significa una imagen más nítida pero eso no ganará la carrera, porque el tamaño es lo que importa». Estas son palabras del experto Tomi T Ahonen.

Hay voces que temen lo contrario, que la estética se anteponga a la usabilidad. Al disponer de menor marco también tenemos menos espacio para agarrar sin tapar parte de la pantalla. Para este particular existen diseños más alargados, como el citado LG G6.

Lo que está más o menos claro, entendiendo “claro” de la única forma posible en un mercado tecnológico mutante y volátil, es que una pantalla más grande aporta más facilidades. Escritura y lectura más ágil; navegación entre menús más fluida; zamparse una temporada en Netflix reconociendo los subtítulos incrustados, sin necesidad de entornar los ojos como el actor de un western.

¿Y si se me rompe?

Vamos a recurrir a una analogía sencilla: el all-in-one. Durante sus primeros años de vida, el montaje de estos ordenadores todo en uno nos enseñó una oscura moraleja: algunos resultaban terribles de reparar. Desmontar un cristal pegado al resto del equipo suponía desacoplarlo desmagnetizándolo y usando unas ventosas que comprometían su integridad. Dicho de otro modo: en su análisis técnico, era bastante fácil acabar rompiendo la pantalla.

Más de un 30% de los usuarios teme que los teléfonos con pantallas sin biseles sean demasiado frágiles

Durante sus primeros días de ciencia ficción, los smartphones sin biseles presentaron este mismo debate. En los sondeos habituales, más de un 30% de los usuarios teme que este tipo de pantallas sean demasiado frágiles.

Los marcos son la zona más sufrida de los teléfonos. Para amortiguar la mayor parte del golpe, estos laterales suelen ser de acero u otros metales reforzado —las pantallas comienzan a agrietarse desde fuera hacia adentro—. Además, tengamos en cuenta la refrigeración: muchos terminales desvían el calor excedente mediante caloductos hasta el marco exterior.

Por suerte, en estos términos la tecnología ha dado un salto equitativo. Y se lo debemos agradecer a los wearables, a su apuesta por la miniaturización. Un ejemplo: el estándar Gorilla Glass SR+ de Corning es 4 veces más delgado que la generación Gorilla Glass 3 y 2 veces más resistente. Con los teléfonos tradicionales se ha logrado una resistencia envidiable. Es cuestión de tiempo ver mejoras análogas en terminales sin biseles.