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Hubo un tiempo donde hablar del concepto ‘smartphone’ era toda una rareza. Vale, quizás acababas de salir del cine, de ver ‘La Amenaza Fantasma’, y una alerta de SMS con un «hi xq no m contstas» te hacía sentir en las estrellas, pero aquello no era la revolución que los libros de ciencia ficción prometían.

Hasta que cambiaron las reglas del juego. Se generaron tendencias de mercado. Y todo el mundo quería su móvil. Pasamos de walkies a PDAs con displays diminutos; de trastos con botonera oculta tras una tapa a teléfonos donde, simple y llanamente, le habían desaparecido los botones excepto tres pequeños guisantes en el margen inferior.

Y, en el corazón de los debates, la eterna pregunta: ¿cuál es el tamaño correcto de una pantalla? No siempre fue el mismo: ese término medio a caballo entre la usabilidad perfecta, el peso templado y el sentido de la maravilla ante lo diferente. Vamos a intentar descubrirlo.

Una cronología sin (aparente) sentido

Si algo nos ha enseñado la historia del teléfono móvil —y la del actual smartphone, por extensión— es que nunca sigue una misma dirección, un camino marcado. Al contrario, se trata de una pugna de patentes donde algunos innovan, otros arriesgan más de la cuenta y otros pocos se quedan en la orilla conservadora.

Ni siquiera los fabricantes han perseguido siempre la misma línea. Porque los usuarios no siempre demandamos las mismas cosas. Si nos fijamos en la historia de LG —una con centenares de experimentos—, el año 2002 estaba marcado por el estilo concha con un mínimo display exterior, como podemos ver en los modelos G5200 y 600.

¿Más botones o más pantalla? En 2003 la respuesta estaba bastante clara: teclado completo

Esta línea conceptual propició la primera disyuntiva: ¿más botones o más pantalla? En 2003 la respuesta, viendo el G5500, estaba bastante clara: teclado completo. O quizá no tan clara. El mismo año se presentó el G7050 con pantalla retráctil: literalmente la escondía con un riel tras la botonera.

Poco a poco el teléfono se convertía en artículo de lujo, se distanciaba de un escenario donde casi jugaba en resolución de pantalla con el reloj calculadora para ahora abrazar la joyería. Sólo hay que observar líneas que marcaron el KE800 del año 2006 o el Prada del año siguiente.

La fotografía también entró a empujones, exigiendo nuevos sensores y nuevas tecnologías de estabilización, con ejemplos como el KG920 (2006). Si lo tuviste seguro recordarás su enorme cámara de 5 MP con doble flash —algo también presente en modelos como el Viewty—. Mientras tanto, una nueva moda, las pantallas giratorias, dejaron innovaciones como el V9000, donde su “vértebra” era directamente capaz de rotar la pantalla sobre su eje.

Adiós botones, hola display táctil

A partir de 2007 los diseños muestran una marcada autoconsciencia, un perfil estudiado y sobrio. Sólo hay que recordar el KS20, con display de 2,8 pulgadas y resolución de 1280×720 píxeles. La pantalla comenzaba a devorar el espacio.

Algunos experimentos, como el KS360 o el KT610, con sus potentes altavoces estéreo, todavía apostaban por el teclado y ese «la oficina en la palma de la mano», pero la realidad se impuso. En realidad fue un logro tecnológico llamado pantallas capacitivas, que evolucionaban sobre las resistivas al no necesitar dos capas de contacto, ni reducían los brillos y el contraste.

Un nuevo mercado de gente cada vez más joven paseaba sus flamantes teléfonos

Frases como “control gestual” desembarcaron en el debate tecnológico habitual. La nueva década daba comienzo con teléfonos con acabados en aluminio cepillado y materiales “premium”: el GT540 Optimus, el estilizado GD800, el Optimus 7 para los adultos; y el One o el T310 para los más jóvenes. Porque, por vez primera, un nuevo mercado de gente cada vez más joven paseaba sus flamantes teléfonos. Los fabricantes entendieron que debían adaptar la fórmula a otra talla, a unas manos más pequeñas.

Aún quedaban restos de las botoneras extensibles (Optimus Pro), pero el smartphone definió una forma de innovar dentro de la pantalla y no fuera (Optimus Sol). Y así llegamos hasta 2012, hasta la carrera por la potencia (Nexus 4, Optimus G, G2) y la ley-del-más-grande.

Múltiples alternativas para múltiples usuarios

Nunca antes nos habíamos topado con tantos segmentos. Y, en mitad de la vorágine, un mercado de 3,4 a 4 pulgadas competía por tu atención. Móviles de bajo coste se presentaban como la alternativa perfecta para los adolescentes: la llamada generación MINI, versiones reducidas de sus homónimos de gama alta.

En 2012 el estándar marcaba 3,5 pulgadas y resolución 720p

Mientras tanto, nosotros los adultos saludábamos a ese invento llamado “phablet”, la enésima revolución que iba a potenciar los videojuegos de partidas breves y rutinas sencillas. Y, si las pulgadas aumentaban, como ya hemos comentado en alguna ocasión, un bastión del diseño dio el salto a teléfonos curvos: en este frenético ascenso nos estábamos quedando sin espacio. Y la comodidad era prioritaria.

Algunas voces sentenciaron que pasar de las 3,5 pulgadas era médicamente peligroso. Pero si nuestra anatomía se conformaba con una cosa, nuestros ojos pedían otra. Y el cliente siempre tiene razón. En 2013 un phablet no era sino un terminal de 5,7 pulgadas. Un año después un phablet era una denominación para los demiurgos de 6,4 pulgadas. Cuando en 2014 LG presentó un tal ‘G3’, con 5,5 pulgadas y pantalla QHD, ya nadie habló de otra cosa que no fuera «teléfono».

Esa nueva normalidad tampoco duró mucho. Los expertos tenían razón: los más excesivos eran terminales incómodos, frágiles. 2015 fomentó aún más las líneas stylus y premium, con acabados en materiales de calidad superior frente a gamas básicas que calaron con fuerza en el mercado, heredando mejoras propias en gamas superiores. Las 5.5 pulgadas pasaron a ser un estándar “definitivo”. El crecimiento desmesurado se estancó. Y el consumo.

¿Dejamos las cosas como están?

El tabletófono de aquel futuro es el smartphone de este presente. En la actualidad, los cambios estéticos son cada vez más imperceptibles. Se ha encontrado ese dulce momentum, un equilibrio donde ya no se combate tanto el tamaño de pantalla como la resolución, la relación de aspecto y la muerte del bisel.

Si en 2012 el estándar marcaba 3,5 pulgadas y resolución 720p, sin mucho margen de crecimiento, —bajo la negativa de algunos expertos— hoy día los principales debates orbitan en torno a batería, carga inalámbrica e implementación de nuevos estándares, como Bluetooth 5.0.

Eso no significa, en motivo alguno, que los ingenieros y diseñadores han tocado techo. Los retos son aún más severos porque los márgenes de maniobra son menores. Y aún así hemos visto modelos como el reciente LG V30 pesando apenas 158 gramos y nuevos ratios como el 18:9, que eliminan las tradicionales barras negras.

Si creemos que la industria móvil no volverá a virar nunca más es que no hemos aprendido nada de toda esta narración. La historia siempre tiende a repetirse.