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Hablar de títulos de crédito es hacerlo de un arte propio, como la cartelería o las bandas sonoras: elementos que conforman disciplinas únicas, que separan la joya impertérrita de la burda imitación.

Por supuesto, no vamos a hablar del opening de Star Wars. Porque es trampa y porque ya sabemos todos de su importancia dentro de su propio medio: es tan característico que cualquier parecido nos sonará a calco.

En el cine, como en la televisión, hay mucho de influencia, adaptación y mutabilidad. Y no es raro encontrar obras que, por originales que parezcan, sean una mera regurgitación de algo anterior.

Al servicio de las damas (1936)

El ingenio al servicio de la tecnología y no al revés. En tiempos donde eso de colgar carteles flotando era poco menos que brujería, un equipo de pintores y maquetadores creó una de las mejores secuencias de créditos del siglo. En los años treinta hablar de FX era como hablar de coches voladores.

Su forma de proyectar la luz es rastreable en Ciudadano Kane, y ese aire bohemio, visto una y mil veces en el cine de Woody Allen, también es franqueable en la ‘Camas Separadas’ de Arthur Hiller. Pero la virtud reside en el original.

Y la proeza no puede ser más vistosa: nótese el reflejo de las luces pintadas a pelo sobre la bahía de San Francisco. Un alarde de elegancia art-decó que encapsula ese aire cosmopolita de la urbe.

El hombre del brazo de oro (1955)

Todo el mundo ama los títulos de La Pantera Rosa. Son algo así como un hito fundacional. Durante generaciones han sido imitados, reformulados y reconstruidos.

Pero para hablar de estos, que datan de 1963, habría que remontarse a 1955 para poner sobre la mesa cómo un tal Saul Bass cogió un puñado de recortes de papel, los animó delante de la cámara, y creó una de las secuencias de introducción más poderosas de la historia, en expresionista blanco y negro. A Preminger le gustó tanto el invento que quiso seguir usándolo en Anatomía de un asesinato. A Hitchcock debió darle envidia porque en su Psycho también hizo lo propio.

Pero ojo, que no acaba aquí la cosa.

Charada’ en 1963, bajo la batuta de Henry Mancini y diseño de Maurice Binder, ‘El caso de Thomas Crown’ en 1968, el propio Almodovar en su ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’, en 1988, o Spielberg en su maravillosa ‘Atrápame si puedes’, bajo la dirección de Olivier Kuntzel. Ya sabes: si ruedas una peli de espías necesitas recortes de papel. O para montar un episodio de South Park.

Una mujer es una mujer (1961)

La cinta de Godard supuso un pequeño revés en los acomodados ojos del respetable. ¿Estábamos ante una comedia, un drama romático, o un qué?

Gaspar Noé, uno de los directores más irreverentes en términos plásticos, intentó capturar esa misma esencia, ese “shock value” a través de los créditos de su ‘Enter the Void’. De hecho, el propio Godard intentó repetir el epiléptico y estilizado ejercicio en ‘Bande à Part’. ¡Hasta Kanye West hizo su propia versión para su videoclip All of the lights! Pero como decía el lema, rechaza imitaciones.

Los pájaros (1963)

Pero, ¿qué pasaría si elimináramos la música de unos créditos? Depende: hay piezas que ni siquiera la necesitan. La secuencia de créditos de Los pájaros se alimenta con un constante siseo de alas zumbando y pájaros chirriando a uno y otro lado, mientras las azules letras de James S. Pollak distorsionan el equilibrio de grises. Time Magazine lo denominó “horror ornitológico”.

David Fincher fue uno de los directores que supo tomar el pulso de esta atmósfera en su ‘Seven’, concediendo a los créditos ese valor de «aperitivo de la locura que estaría por venir». Series como ‘Narcos’ se lo llevaron a un perfil más periodístico.

Hitchcock rodó más de 1.400 tomas para esta película, cuando las cintas de la época no superaban las 600. Una pulsión que aún hoy se respira, y más si contamos con un buen televisor.

Curiosamente, esta velocidad frenética es ideal para medir el ghosting y la tasa de refresco de nuestra TV. La tecnología OLED es 1.000 veces más rápida creando imágenes que una TV LED. Los televisores LG OLED, de hecho, incrementan un 33% la percepción sensorial frente un TV LED Quantum. El cine de Hitchcock no merece menos.

Pero del tributo hemos llegado a la cómoda imitación: igual que OLED y QLED suenan y se escriben parecido, el resultado es rematadamente diferente. Igual que ‘American Horror Story’ y series posteriores han creado un batiburrillo de referencias amontonadas, la tecnología QLED es simplemente un eslabón en la cadena evolutiva, una evolución de la LED, mientras que la tecnología OLED parte de diodos que emiten su propia luz, no a través de un panel excitado eléctricamente, de forma que se pueden controlar el brillo píxel a píxel y no por “zonas”, por eso es la única tecnología que consigue el codiciado “color negro puro”.

Algo similar sucede con los formatos HDR, de hecho: muchos televisores pueden reproducir uno o dos estándares, pero no pueden dar cabida a todos los existentes y además enriquecer cada experiencias como hace un auténtico OLED.

El bueno, el feo y el malo (1966)

Pero sigamos con nuestro repaso cinematográfico, aunque ahora toca hacer un pequeño viaje en el tiempo. Todos esos créditos imponentes de Quentin Tarantino —o incluso la apoteosis digital de Into the Badlands— deben su influencia a un nombre propio: Iginio LardaniÉl es el padre del western, de ese carácter sucio y único. Lardani usó durante años tipografías feístas, infantiles, claramente antiestilizadas, mientras que el resto de compañeros de oficio optaban por acabados muchos más “artísticos”.

Lardani dominaba el monocromo pero para mostrar la capacidad coral de esta cinta optó por un modelo heterogéneo. Para el caso de El bueno, el feo y el malo se entremezcló óleo con café en polvo (literal), filmando esa especie de arena del desierto usando la cámara al revés y metiéndole un foco de luz intensa para lograr un contraste más agresivo.

Este truco ha sido usado en el presente en multitud de ocasiones, pero disfrazado bajo el cristal digital. ¿Ejemplo? La premiada ‘The Pacific’recurriendo al carboncillo de las cartas.

Fargo (1995)

De hecho, siguiendo con la conjetura anterior, cabe destacar la introducción de Fargo, como una especie de coda oscura. La ceguera que nos invita a pensar ese «qué vendrá ahora después», alertados de que algo ha pasado, algo real. Otra forma de presentar el peligro.

Hay un viejo chiste que dice “para analizar los blancos puros, el opening de Fargo”. Y no anda desencaminado. La tipografía austera y sobria usada en cada cartel, libre de serifas, va pintando la nieve virgen de Minnesota al paso que se dilata y marca ese tempo tan propio del noir.

Tal vez no sea la introducción más popular del mundo, pero hemos de reconocer su influencia entre tantas y tantas obras, la reciente ‘Wind River’, Wind River, donde la nieve es un actor propio, en la serie homónima de TV, el episodio “Crocodrile” de Black Mirror, donde parece que esos parajes arriman la oscuridad del alma o la nuevamente coeniana In Order of Disappearance.

El club de la lucha (1999)

¿Qué tal estaría viajar desde un impulso neuronal, desde ese momento eléctrico donde se toma una decisión, hasta el cañón de un Smith & Wesson 4506 apuntando sobre la boca del protagonista? Inviable, le respondieron a David Fincher. Pero el órdago al final se llevaría a cabo, bajo el impecable trabajo de Digital Domain con Kevin Tod Haug a la dirección y Dust Brothers poniendo musicote.

Pocas veces un alumno ha superado al maestro. Si en ‘Los Pájaros’ anticipábamos un horror desconocido, en ‘El club de la lucha’ vemos un montaje in extrema res que sería largamente reutilizado en ‘Memento’ (2000) o ‘Irreversible’ (2002).

La secuencia causa-efecto es tan poderosa que ha marcado el devenir del cine de acción moderno. No exageramos: ¿has visto ‘El señor de la guerra’? Aunque Fincher debería agradecer esta secuencia a los bodegones de Delicatessen (1991), su éxito fue tan poderoso que se convirtió en un sello de identidad del propio autor, como hemos podido ver en Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres o en su celebrada Mindhunter.

True Detective (2014)

Patrick Clair (director creativo) y Raoul Marks (director de animación) llevaron ese viaje por la Luisina pantanosa y envenenada a través de un opening alucinante.

De repente todo el mundo quería imitar esas transparencias, esa ejecución técnica del estudio Elastic: un spot de BMW, un videoclip de Taylor Swift, otro de Manuel Carrasco, la película La Isla Mínima, todos perseguían los elementos más etéreos del reinado de Carcosa. Pero las imitaciones rara vez suplantan al original. Por no decir nunca.

Por suerte, True Detective es una serie bastante actual, facturada bajo los estándares más exigentes.

Las capacidades sonoras de Dolby Atmos y los altavoces de sonido omnidireccional complementan el resto de la contrapartida auditiva. Y sí, tecnologías hay muchas, y la producción de series se ha disparado durante el último lustro, pero que nadie se deje engañar: no es oro todo lo que reluce. Be original, my friend. Ya sabes, una simple letra puede marcar la diferencia.